En su trabajo Liss estaba acostumbrada a
observar a toda clase de esperpentos, depravados, exconvictos y mujeres
tan horribles que resultaría difícil que consiguieran sexo gratuito,
por lo que le pareció curioso tener a un espécimen como su interlocutor
en el burdel. Se trataba de un muchacho alto de veinte años, con
facciones delicadas, cabello negro rizado y una piel tan perfecta y
blanquecina como la porcelana, además de portar gafas oscuras; de
inmediato ella pensó en un Jim Morrison muy joven, lo único que
disminuía ligeramente su atractivo era su pronunciada delgadez.
—He escuchado que son en extremo
complacientes, y que no conocen límites por lograr satisfacer a sus
clientes —pronunció él con voz grave.
—Es verdad —le respondió, invitándolo a continuar.
—Estoy interesado en una joven que asiste a mi universidad, tiene varios tatuajes y perforaciones. Verás, soy estigmatofílico.
—De acuerdo… aunque con tu físico no entiendo por qué necesitas de nuestra ayuda, somos un burdel, no cupido.
—Mi interés por ella dista mucho de ser
romántico, y la estigmatofilia no es mi única parafilia; digamos que la
otra no entra en los límites legales, así que…
—Entiendo, necesito el nombre de la chica y una fotografía, o en su defecto su cuenta de Facebook. ¿Tienes alguna otra petición?
—Quiero tener disponible una cocina bien
equipada y un comedor con una mesa bastante grande, además de unos diez
metros de cuerda. Eso sería todo. —Dicho esto, le proporcionó los datos
de la universitaria, y Alyssa le indicó que su habitación estaría lista
pronto, para luego invitarlo a esperar en la orgía o en el espectáculo
del día; pero Matt era demasiado egocéntrico como para estar en un sitio
donde él no fuera el centro de atención, así que optó por la primera
opción.
El larguirucho joven caminó a un costado
de aquel grupo de cuerpos que se agitaban y exclamaban de placer; se
sentó en un sillón cercano a observarlos sabiendo que no era necesario
acercarse a ellos. Rápidamente las féminas centraron su atención en él
distrayéndose de sus lúbricos movimientos; una chica morena de cabello
corto ondulado y amplias caderas se abalanzó sobre él desnudándolo, y
Mattew lo permitió gustoso. Otra joven de ojos grises, con un cuerpo
aniñado y facciones de muñeca japonesa se le acercó besándolo y
jugueteando con su rizada cabellera.
La primera chica terminó de despojarlo
de su vestimenta dejando al descubierto su bien dotado miembro, al verlo
la muñeca viviente se acercó a lamerlo con lascivia y su compañera hizo
lo mismo. A Matt le fascinó la escena, el par de mujeres recorriendo su
virilidad con sus lenguas que se cruzaban a ratos.
Harta de la situación, la morena empujó
con facilidad el pequeño cuerpo de la chica de los ojos grises, se
colocó sobre el atractivo joven sin evitar exclamar ligeramente de dolor
cuando aquel enorme miembro la penetró por completo. La enclenque mujer
ya se había levantado del piso y se disponía a atacar cuando una criada
interrumpió la situación.
—Disculpe, su cuarto ya está listo.
—Claro, ¿podrían acompañarme estas chicas?
—Si ellas gustan, no hay ningún problema.
Ambas chicas aceptaron gustosamente
seguir a su galante amante y le proporcionaron sus seudónimos, la
caderona chica morena era conocida como Velvet y Marion era la pequeña
muñeca de los hermosos ojos grises. Él caminó con cada brazo en la
desnuda cintura de sus guías y ellas lo condujeron hasta su habitación,
la 307, y soltó por un momento a sus bellas acompañantes para abrir
aquella sencilla puerta de madera blanca.
Al hacerlo, se encontró con el objeto de
sus más oscuros y perversos pensamientos: Clare, conocida como “la
fantasma” por su lechosa piel. Estaba ataviada como acostumbraba con una
ligera camiseta negra que dejaba poco a la imaginación, una cinturilla
de látex, una falda corta y botas de charol con tacones de aguja
gigantescos; su tersa piel mostraba tatuajes en los brazos y la espalda,
y en su bello rostro estaban perforados su nariz, su labio inferior y
su lengua.
Clare caminó felinamente hacia él, con
tan sólo mirarla con aquella vestimenta en su voluptuoso cuerpo tatuado,
él tuvo una fuerte reacción, la había deseado tanto tiempo y ahora la
tenía por fin; pero ¿accedería realmente a sus proposiciones? Y lo que
era más importante, ¿podría llevar a cabo su mayor fantasía?
Dio un rápido vistazo al lugar, era
justamente lo que había solicitado: una amplia cocina y un comedor como
el que tendría cualquier casa, además de varios metros de cuerda debajo
de la mesa. La conversación con Clare fue en extremo fugaz pero
deliciosa, en la universidad ella siempre lo miraba con desdén y él
jamás se había atrevido a hablar con ella hasta ese momento. Le propuso
compartir a aquellas chicas, y ella aceptó sin meditarlo. Matt llegó a
la conclusión de que debieron pagarle, costo que seguramente incluirían
en su cuenta a pesar de haberle dicho que el pago no sería monetario.
Procedió a cortar un tramo largo de
cuerda con un machete que encontró en la cocina y lo colgó al techo, le
ató los brazos a Velvet mientras Clare extraía de su bolsa de mano una
correa que le colocó a Marion y la fustigaba diciéndole que era su
mascota y que sólo debía moverse a gatas. El chico procedió a atar las
piernas de Velvet igualmente al techo, dejándola pendiendo frente a la
mesa. La fantasma hizo que su esclava subiera a la mesa y comenzara a
lamer la vagina expuesta de su compañera mientras le asestaba fuertes
golpes con su fuete para que aumentara la velocidad.
El falso rey lagarto, entusiasmado por
la escena, procedió a utilizar la cavidad libre de la colgante chica
morena que aulló de dolor al sentir cómo desvirginaban aquella zona suya
con tan gigantesca erección, aunque el sufrimiento pronto se tergiversó
en un inmenso placer; para Mattew aquella sensación era apenas
comparable con la excitación que le producía ver cómo Clare fustigaba a
Marion con crueldad.
Tomó el machete con el cual había
cortado la cuerda y lo dejó caer con fuerza sobre el muslo izquierdo de
Velvet; la sangre salpicó a la muñeca viviente sin que ella lo notara y
Velvet comenzó a gritar de dolor. Tras cuatro certeros machetazos más,
la pierna se desprendió, y Mattew procedió a realizar el mismo
procedimiento con la otra pierna en tanto su víctima aullaba de dolor y
se retorcía intentando evitar su mutilación. Cuando hubo terminado, la
sádica fantasma le ordenó a su mascota que lamiera aquellos muñones;
Marion se negó con asco, pero luego de las terribles agresiones de Clare
ya los estaba lamiendo fervorosamente.
Entusiasmado por la escena, el joven
procedió también a amputarle los brazos. Velvet suplicaba que la matara
en lugar de dejarla vivir de aquella forma, pero él no le prestó
atención, estaba demasiado fascinado con lo sencillo y placentero que
resultaba manipular aquel cuerpo cercenado sobre su miembro. No
obstante, el patético rostro ensangrentado de Marion lo distraía
demasiado.
—Clare, ¿acaso te parece correcto que la mascota esté sobre la mesa?
La voluptuosa mujer jaló la correa de la
chica y su flacucho cuerpo cayó enseguida, se colocó sobre ella
sosteniendo un cuchillo que había extraído de su bolsa, acercó su rostro
al de la chica que destilaba terror y le lamió un ojo, tras lo que le
asestó una puñalada en él, retorciendo el cuchillo, destrozando así su
globo ocular dejando sólo una cuenca sanguinolenta. Enloquecido por esta
visión, Matt arrojó el cuerpo de Velvet y se dirigió hacia ella, la
obligó a ponerse de rodillas y penetró aquella cavidad con un poco de
dificultad debido al reducido espacio de ésta; sin embargo, al lograrlo
sintió la experiencia más placentera de su vida, aquel sitio era tan
estrecho, tan tibio, ¡y la sangre que manaba de él! Simplemente le
pareció una delicia aumentada por la visión del bello rostro de muñeca
que suplicaba por piedad mientras Clare seguía golpeándola cada vez más
fuerte, aquel atractivo joven no puedo soportarlo más y descargó sus
fluidos dentro de esa cuenca.
Y aún tenía frente a él a Clare, su
plato fuerte, la razón que lo había conducido a aquel lugar y la musa
que lo había inspirado a llevar a cabo esos barbáricos actos. Pensó por
un mínimo instante en preguntarle cómo es que la habían convencido, pero
decidió que no había tiempo de nimiedades como ésa, tendría que
quedarse con la duda.
La hizo sentarse sobre la mesa, lamió su
lechoso cuello y mordisqueó sus amplios hombros mientras recorría su
basto cuerpo con las manos. Desató con destreza su cinturilla y la
despojó de su camiseta, dejando expuestos sus grandes pechos de rosáceos
pezones perforados, y lamió uno de ellos jugueteando con aquellas
puntas metálicas. La recostó sobre la mesa desatando velozmente sus
botas y le retiró la minúscula falda, encontrando un gran tatuaje en su
muslo derecho. La ropa interior se la retiró lentamente, gozando de
aquel momento al máximo hasta que la tuvo completamente desnuda, y
completamente suya.
Contempló su magnífica desnudes, y ella
le dirigió una seductora sonrisa que se desvaneció cuando él comenzó a
atarle brazos y piernas a las patas de la mesa, para luego desaparecer
de su vista; ella escuchó cómo revolvía utensilios de cocina hasta que
finalmente regresó.
—¿Sabes? Tenía dudas de cómo procedería
ahora, pero encontré un sartén eléctrico, y eso ayuda bastante
—dijo de
pronto y colocó el sartén junto a ella.
—¿Para qué quieres un jodido sartén eléctrico?
—Nunca me ha gustado la carne cruda
—respondió con un ligero tono humorístico, y repentinamente le clavó un
tenedor en el seno derecho como apoyo para cortarlo con uno de los
afilados cuchillos; Clare lo maldijo tanto como pudo, pero era como si
él no pudiera escucharla. Sazonó el trozo de carne y procedió a
colocarlo sobre el sartén, el aroma le resultó embriagante, y cuando
hubo estado bien cocido lo vislumbró momentáneamente, pensando que con
aquella perforación le resultaba aún más tentador, y cuando se lo llevó a
los labios sintió que estaba degustando el más excelso manjar de su
existencia.
Probó luego la carne de su espléndido
trasero y su rosada vagina, ambos le resultaron exquisitos y, ¡ah!, los
desgarradores gritos de dolor que ella exclamaba le resultaban tan
magníficos como cualquier caprice de Paganini, hubiera querido
deglutirla por completo como había fantaseado tantas veces; sin embargo,
sabía que era físicamente imposible, así que decidió llevar a cabo su
fantasía final.
Tomó un bote de crema batida que había
encontrado en el refrigerador y lo introdujo en la garganta de Clare
liberando su contenido, ésta se ahogó con la mitad de éste, por lo que
el resto quedó acumulado en su boca. Mattew decapitó a su víctima con
tres machetazos y puso aquella cabeza sobre su palpitante músculo
erecto. Fue indescriptiblemente delicioso, la sangre mezclada con la
crema batida daban una sensación extraordinariamente placentera, además
de que los vidriosos ojos de Clare mirándolo acrecentaban su gozo; movió
frenéticamente aquella cabeza hasta que estalló de placer, provocando
que de la boca de Clare surgiera semen mezclado con la dulce crema.
Contempló la cabeza de aquella chica que
siempre lo había mirado desdeñosamente y quiso conservarla, pero le
pareció inconveniente, y decidió simplemente vestirse y abandonar el
lugar.
Bajó por el elevador y no vio rastro de
la criada o Liss, y pensó que si corría lo suficientemente rápido
lograría escapar sin pagar la temida y desconocida cuota; pero justo
antes de alcanzar la puerta, sintió un pinchazo en el cuello y cayó al
suelo. Despertó totalmente inmóvil y con la visión ligeramente borrosa,
notaba una silueta femenina moviéndose frente a él.
—¿Acaso no leíste el contrato, Mattew?
El precio SIEMPRE se paga —La voz le resultaba vagamente familiar…
¿Liss? Su vista estaba aclarándose poco a poco—. La droga que te inyecté
te impedirá moverte, aunque podrás sentirlo todo.
Mattew parpadeó varias veces, era el
único movimiento que podía hacer. Por fin su visión se aclaró, la mujer
que estaba frente a él llevaba la ropa de Clare, ¿qué clase de enferma
robaba la ropa de una muerta? Aquella mujer le puso un objeto frente al
rostro, un gancho como los que se usan para sostener a los cerdos
decapitados en las carnicerías. Mattew dirigió su vista hacia su
captora, y contempló con terror que se trataba de Clare. “No puede ser,
yo te maté, ¡yo te maté!”, se repetía mentalmente. Ella pareció entender
lo que pensaba y soltó una estridente risa.
Aquella fantasma clavó el gancho en los
genitales de Matt y jaló de la cuerda que lo sostenía levantándolo
varios centímetros del suelo; su escroto sangraba, y como ella lo dijo,
él no podía más que sentir aquel insoportable dolor y las lágrimas que
brotaban de sus ojos a causa de éste. Maldijo una y otra vez a Clare
mentalmente, suplicó y rogó a un Dios del que siempre había renegado que
lo salvara de aquel terrible sufrimiento, que simplemente se volvió
peor, pues Clare comenzó a desollar su rostro y su cuero cabelludo.
Luego le llevó un espejo y él quiso evitar aquella visión horrible, pero
ya no poseía párpados y tuvo que observar cómo su belleza se había
desvanecido, dejándolo como un adefesio rojizo y desagradable.
Por fin pudo mover los labios y formuló una sola palabra:
—¡Bájame!
Su torturadora sonrió perversamente,
alzó lentamente un largo cuchillo y le cortó de tajo los genitales;
Mattew cayó fuertemente al piso y miró con horror su virilidad aún
colgada del gancho… gritó hasta quedar ronco.
Mattew se despertó con su propio grito,
asustado palpó su entrepierna; todo seguía en su lugar. Corrió hacia el
espejo del baño: su bella piel se mantenía sobre su cráneo. Miró el
reloj, una vez más se le había hecho tarde para llegar a la escuela.
Tomó sus cosas de prisa y corrió hacia la universidad que estaba
bastante cerca de su departamento. A pocos pasos de llegar a su salón,
sintió una mano en su hombro, y al voltearse se encontró de frente con
Clare. No pudo contener una reacción de miedo al recordar su terrible
“sueño”.
—Disculpa, se te cayó esto —le dijo ella
entregándole una pequeña tarjeta blanca, y se fue. Mattew la miró, y
casi la deja caer, cuando la leyó “El burdel de las parafilias”. Le
gritó a Clare, quería hablar con ella sobre lo que había sucedido, pero
ella sólo le guiñó un ojo y se llevó el dedo índice a los labios. Él
entendió la señal, nunca hablarían de aquel asunto…
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